Sociedad

¿El regreso del Leviatán?


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José Eduardo Cristóbal Salgado 

Universidad Autónoma del Estado de Morelos

Hace más de cuatro siglos, Thomas Hobbes escribió El Leviatán, una obra filosófica que propone la creación de un Estado poderoso y centralizado con autoridad casi absoluta. En esta concepción, las personas deben ceder parte de sus libertades a cambio de seguridad y orden. Aunque este planteamiento surge en un contexto muy diferente al actual, sus ideas vuelven a cobrar relevancia en la realidad política contemporánea de América Latina, donde se percibe un retroceso en la legitimidad y confianza ciudadana hacia la democracia.

Durante los últimos 30 años, el mundo ha experimentado transformaciones profundas en su configuración política. Tras el fin de la Guerra Fría, hubo una ola de democratización que posicionó a este sistema de gobierno como el más deseable. Se exaltaban sus virtudes: el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión, la participación ciudadana y la alternancia pacífica del poder. Sin embargo, esta visión idealista ha comenzado a desgastarse, especialmente en América Latina, donde la realidad institucional muchas veces no ha estado a la altura de esas expectativas.

La región latinoamericana se encuentra inmersa en una crisis de confianza hacia las democracias representativas. Una de las causas más importantes de esta crisis es la corrupción. Las constantes denuncias de malversación de fondos, sobornos, tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito por parte de figuras políticas, han provocado que los ciudadanos vean a sus gobernantes como deshonestos y alejados de los intereses del pueblo. Esta desconfianza ha generado un sentimiento de frustración generalizado, alimentando la idea de que el sistema democrático no es capaz de resolver los problemas fundamentales de la sociedad.

Además, América Latina enfrenta altos niveles de violencia e inseguridad. Países como México, Honduras, Colombia y El Salvador han sufrido por décadas los estragos del crimen organizado, las pandillas, el narcotráfico y la impunidad. Esta situación ha tenido un profundo impacto en la vida cotidiana de millones de personas, quienes viven con miedo constante y con escaso acceso a justicia. En este contexto, la ineficiencia del Estado democrático para garantizar la seguridad de los ciudadanos ha abierto la puerta a discursos autoritarios que prometen mano dura y orden, aunque sea a costa de las libertades civiles.

El caso de El Salvador resulta paradigmático. Durante años, este país fue azotado por la violencia de las pandillas, especialmente la MS-13, que operaban con tal impunidad que incluso controlaban territorios enteros. Sin embargo, con la llegada de Nayib Bukele a la presidencia, se implementó un sistema de seguridad extremadamente rígido, basado en la represión directa de estos grupos. Esta estrategia redujo significativamente los índices de violencia y, como resultado, su popularidad se disparó. Aprovechando este apoyo masivo, Bukele impulsó una reforma constitucional que le permitió presentarse a la reelección en 2024, ganando con más del 80% de los votos. Su partido obtuvo 58 de los 60 escaños en el Congreso, lo que le otorga un control prácticamente total del poder legislativo. Este triunfo, celebrado por muchos salvadoreños, ha sido criticado por otros sectores por debilitar los contrapesos democráticos y consolidar un régimen con rasgos autoritarios.

Este fenómeno no es exclusivo de El Salvador. La tendencia al debilitamiento de las democracias liberales en favor de modelos más centralizados se está extendiendo por la región. Según el informe del Latinobarómetro 2023, el 52% de los ciudadanos latinoamericanos desaprueba la democracia como sistema de gobierno, mientras que el apoyo al autoritarismo ha aumentado. Estos datos muestran una transformación preocupante en la percepción colectiva: las personas están dispuestas a sacrificar derechos y libertades a cambio de eficacia gubernamental.

Las causas de este fenómeno son múltiples. Además de la corrupción y la inseguridad, existe una creciente desigualdad social, una percepción de abandono por parte del Estado y una desilusión con los partidos políticos tradicionales. En lugar de sentirse representados, muchos ciudadanos perciben a los políticos como una élite distante e ineficiente. Ante la desesperanza, la promesa de un “hombre fuerte” que imponga orden parece cada vez más atractiva.

Esta situación plantea preguntas inquietantes sobre el futuro político de la región. ¿Cuánto tiempo podrá sostenerse la democracia si sigue perdiendo legitimidad? ¿Qué pasa si las próximas generaciones crecen sin experimentar los beneficios de una democracia funcional? Y sobre todo: ¿estarían los ciudadanos dispuestos a renunciar a derechos fundamentales como la libertad de prensa, el debido proceso o la libre organización política a cambio de seguridad y servicios eficientes?

Volviendo a Hobbes, parece que la historia se repite en cierta medida. Así como en el siglo XVII la gente cedía sus derechos al Leviatán para escapar del caos, hoy muchos latinoamericanos estarían dispuestos a hacer lo mismo frente al fracaso del modelo democrático en proporcionar seguridad y bienestar. No se trata de justificar esta tendencia, sino de entenderla y prevenir sus consecuencias. La solución no está en abandonar la democracia, sino en regenerarla desde dentro: fortalecer las instituciones, combatir la corrupción de forma efectiva, garantizar la seguridad sin autoritarismo y reconectar al ciudadano con el proceso político.

La democracia no debe darse por sentada; requiere esfuerzo constante, vigilancia ciudadana y compromiso ético. Si las democracias latinoamericanas no responden a las necesidades reales de la población, otros modelos menos libres, pero aparentemente más eficaces seguirán ganando terreno. Por eso, el reto es doble: preservar las libertades conquistadas y, al mismo tiempo, hacer que la democracia funcione en la práctica. Solo así podrá competir con las promesas seductoras del autoritarismo.

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